Sexo civilizado?

¿Sexo civilizado?

Jean Meyer

Mario Vargas Llosa escribe, el 21 de marzo de 2010, en El País, que “Georges Bataille no se equivocaba cuando alertó contra los riesgos de una permisividad desenfrenada en materia sexual. La desaparición de los prejuicios no puede significar la abolición de los rituales, el misterio, las formas y la discreción gracias a los cuales el sexo se civilizó y humanizó. Con sexo público, sano y normal la vida podría volverse infinitamente más aburrida, mediocre y violenta de lo que es”. (El placer está en tus manos).

Identificar los cambios profundos en nuestra cultura es una tarea difícil. Los cambios políticos, como la Independencia, la Revolución, las elecciones presidenciales del año 2000 son tan evidentes como el trueno y el rayo; los cambios económicos y sociales, como la industrialización, el éxodo rural y la urbanización son más lentos, pero demasiado visibles. En cambio, las novedades culturales y morales, la evolución de las mentalidades no se dejan captar tan fácilmente; incluso, el cambio puede ser solamente aparente y, contra las apariencias, limitado.

Por ejemplo, una constante ha permanecido a lo largo de los cinco milenios que cuenta la historia de la humanidad, en todos los continentes y en todas las sociedades: la dominación del hombre sobre la mujer. Se nos dice que desde la invención de la píldora y los triunfos (relativos) del feminismo esa dominación se acabó. ¡Ojalá así fuera! No se acabó en la mayoría de las sociedades y tampoco en muchos sectores de la nuestra.

Durante mucho tiempo, vivir su sexualidad con una persona del mismo sexo fue considerado como un pecado en una óptica religiosa y como una patología en una óptica médica, de modo que la aparición, exclusivamente en nuestras sociedades occidentales, de movimientos gays y lesbianos es un fenómeno muy reciente. Y eso por más que hayan existido siempre, en todas las sociedades, a veces aceptados, más bien rechazados, perseguidos o marginados. Sextus Empiricus escribió hace 18 siglos: “Por ejemplo, entre nosotros, la homosexualidad masculina se considera como una vergüenza, incluso contraria a la ley, mientras que entre los germanos, según dicen, no es una cosa vergonzosa sino común; se dice también que entre los habitantes de Tebas, en tiempos remotos, no se consideraba esto como vergonzoso, y algunos consideran como tal la ardiente amistad entre Aquiles y Patroclo”.

El mismo autor, para ilustrar la relatividad de las costumbres, apunta que “acoplarse en público, aún cuando nosotros lo consideramos como vergonzoso, es algo que los indios no ven así. Entre nosotros es una vergüenza y un delito para las mujeres prostituirse, mientras que es algo glorioso para muchos egipcios; dicen que las que se unieron con más hombres llevan una ornamenta en el tobillo como manifestación del orgullo que sacan de su conducta (...) y vemos los estoicos afirmar que no es para nada inconveniente vivir con una prostituta o vivir del trabajo de una prostituta”. Y no resisto a la tentación de citarle una vez más: “Hacerse tatuar es vergonzoso e indigno para nosotros, mientras que los egipcios y sarmatas hacen tatuar a sus bebés”.

Hoy en día, en la civilizada Holanda existe un partido que pide la legalización de la pedofilia y de la zoofilia… No sabemos qué hacer con la prostitución (de todos los sexos y edades), no es lícita ni ilícita, pero está en plena expansión. Nos escandalizan, con toda razón, los abusos sexuales cometidos por sacerdotes, pastores y profesores sobre niños y niñas, pero el Instituto Fronterizo-Trans de EU encuentra cerca de 48 mil niños mexicanos y centroamericanos sometidos a explotación sexual y pederastia, principalmente en el Distrito Federal, en los emporios turísticos de Cancún y Acapulco, en las ciudades fronterizas. Pregúntenle a Lydia Cacho, quien conoce a fondo esta problemática. La pornografía infantil es un negocio jugoso que produce ganancias de miles de millones de dólares.

¿Qué decir? ¿Levantar los hombros, como Fernando Vallejo, el escritor colombiano que gusta de la paradoja? Entrevistado en EL UNIVERSAL del 24 de mayo, declara a propósito de los sacerdotes pederastas: “¿Qué importa que un cura masturbe a un muchachito si de todas formas éste se va a ir a masturbar solo en su casa? ¿Se les hace eso un terrible delito? Pero no se les hace un delito comerse a los cerdos y a las vacas, que tienen un sistema nervioso complejísimo y que sienten y sufren como nosotros”. A todos los ve como “tartufos, puritanos, hipócritas. La prostitución es una necesidad de la sociedad. Que no le hagan al cuento”. Falta mucho para que lleguemos al “sexo civilizado”.

Un saludo

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